“En la sociedad del espectáculo la mentira es un momento más de la verdad, y la verdad un momento de la mentira” (Guy Debord, citando a Jordi Ibañez) [1]
Existen muchas asociaciones ligadas al concepto de lo que se considera una noticia, pero podríamos decir que el significado que prima es el que hace referencia a la divulgación de unos hechos reales que se consideran relevantes. Cuando un medio de comunicación o un periodista posee una información significativa y la difunde, la acepción de esta noticia debería ser la fidelidad a los hechos sobre los que se informa, es decir, contar la verdad de lo sucedido.
En ese sentido, la verdad del periodista debería ser un elemento sólido que no sólo satisfaga la curiosidad de la ciudadanía, sino que ofrezca un contexto y explore el por qué, el para qué, el dónde, el quién y el cómo. En este punto, no son pocos los teóricos filosóficos que podrían señalar que la verdad y la objetividad son inalcanzables, de hecho, Hannah Arendt persevera en la idea de que la mentira es algo innato en el ser humano y forma parte de su libertad. Y Maquiavelo era más amigo de la astucia que de la transparencia. Sin embargo, el periodista tiene el obligado cumplimiento, moral y ético, de hacer cuanto esté a su alcance para divulgar una información fidedigna.
El pasado domingo 28 de febrero, Jordi Évole emitía en ‘La Sexta’ una entrevista al expresidente popular, José María Aznar, en la que repasaron la trayectoria política del exmandatario y donde hablaron de uno de los hechos más dolorosos de la historia reciente de España: los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004.
Lo ocurrido aquel día es de sobra conocido por todos. No obstante, se han escrito ríos de tinta sobre las informaciones vertidas por el Gobierno de Aznar en aquellos días que adjudicaban la autoría de aquel acto terrorista a ETA .
En la entrevista, Évole espeta a Aznar su insistencia -y la de los miembros de su Gobierno- en desviar la mirada hacia ETA cuando parecía claro que los autores habían sido miembros de Al-Qaeda. El expresidente respondió reiteradamente que “se dijo la verdad, la verdad de lo que se tenía”. “El primero que sale a lamentar el atentado es Ibarretxe y el segundo que sale es Rodríguez Zapatero. El último que sale es el Gobierno porque yo exijo que a mí se me dé toda la información y garantías que demuestren que esa sospecha es así”, explicaba Aznar.
También son de dominio público las llamadas que el expresidente realizó a los directores de los principales medios de comunicación en España y que propiciaron el cambio de portadas como la de ‘El País’ [3].
La llamada del expresidente a los medios de comunicación revela cuán de importante es la independencia del periodista y el proceso que lleva a cabo de búsqueda de la verdad, pues las publicaciones de las afirmaciones sobre la autoría de ETA, y su posterior exculpación, influyeron en las opiniones de los ciudadanos que más tarde se decantarían, en su mayoría, por Zapatero. En este caso, el error de los medios que publicaron dichas afirmaciones viene por la confianza y credibilidad que le atribuyeron a José María Aznar como fuente de información al ser el presidente del Gobierno, el principal conocedor de todos los datos de la trágica situación.
Sin embargo, con la perspectiva de los años, se intuye que Aznar descolgó el teléfono para informar de esas medias verdades ante lo que veía como una oportunidad de contrarrestar la marea de cambio de Gobierno propiciada por la participación de España en la Guerra de Irak, a pesar de la oposición de la ciudadanía española.
En la actualidad, las nuevas tecnologías han traído caos y desorden a eso que llamamos espacio público y han propiciado la expansión de esta posverdad al debate político que se da en esa esfera pública donde fluye la información a través de los medios o de las redes sociales. Nuestro día a día se ha convertido en una campaña electoral constante donde cualquier recurso sirve para ganar electores, dado que en la política mediática todo vale, todo está permitido.
Todo este proceso genera las teorías de la conspiración, que tanto estamos viendo en los últimos meses, las avalanchas de desinformación y la desconfianza hacia unas instituciones que no cumplen con su cometido, además de apatía y hostilidad entre la población hacia éstas últimas. Victoria Camps escribía en En la era de la posverdad que cuando uno descubre “la falsedad de las palabras” alimenta su desconfianza que, en última instancia, es “el peor virus de la democracia” [4].
La denostada imagen actual de los medios de comunicación, así como de los periodistas, y la transformación de las opiniones en verdades por la acción de Internet, obliga a acometer las tareas transformadoras de las que venimos hablando en esta plataforma. La acuciante necesidad de un campo periodístico independiente con responsabilidad democrática revela que la situación no solo no ha mejorado desde el 11-M, sino que se ha impuesto sin disimulo la batalla de los medios por las audiencias sobre la razón de ser del periodismo, la búsqueda de la verdad.
Notas
[1] Fanéz, I. J., Maldonado, A. M., Camps, V., & Fanes, I. (2017). En la era de la posverdad. Barcelona, España: Calambur. Pág. 21
[2] Libertad Digital. (2014, 10 marzo). Las portadas del 11-M. Libertad Digital. Recuperado de https://www.libertaddigital.com
[3] EL PAÍS. (2004, 27 marzo). El CAMBIO DE TITULARES EN LA PORTADA DEL 11-M. EL PAÍS. Recuperado de https://elpais.com
[4] Fanéz, I. J., Maldonado, A. M., Camps, V., & Fanes, I. (2017). En la era de la posverdad. Barcelona, España: Calambur
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